El encuentro se produce cerca de las 15 en la sede de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar), ubicada en el barrio porteño de Constitución. Se abre la puerta de la oficina de Georgina Orellano, la actual secretaria general del gremio, y allí está ella: menuda y con aires de diva, muestra orgullosa su remera con la estampa de un afiche de militancia, bandera cuyo mástil construyó desde los cimientos. Botas altas con cordones hasta las rodillas y taco aguja, María Cristina se presenta y pide amablemente que le traigan un café. Toma asiento y empieza el diálogo con esta mujer de 65 años que, antes que nada, aclara: «Yo me siento orgullosa de haber sido trabajadora sexual y todavía me siento así. Voy caminando y más de uno me hace señas». Rompe el hielo y se ríe junto con su compañera.
Oriunda de Chile, cruzó la cordillera a sus 18 años con poco dinero en el bolsillo decidida a emprender su futuro en la Argentina. Trabajó como empleada doméstica en varias casas de familia y cuenta que en la mayoría sufrió acoso sexual de parte de su empleador. Una idea se iba haciendo cada vez más clara en su cabeza: no quería seguir viviendo así. Las calles empezaron a ser su pasarela cuando un día, caminando por el barrio, un hombre se arrimó desde un auto y la invitó a salir. «Sí, pero yo gratis no voy a salir», le respondió Cristina. Esa fue la primera experiencia de una actividad que duraría más de treinta años.
Ella dice que, cansada de ese maltrato, se mudó a un hotel en Constitución y trabajó en diversas zonas de la Ciudad de Buenos Aires. Cuenta que si bien supo «dominar la situación frente al cliente» y no tuvo demasiadas dificultades en los años de ejercicio, la policía siempre le puso piedras en el camino. En la década del 80 no existía ningún marco legal que protegiera sus derechos, ni tampoco tenía un organismo al cual acudir ante cualquier inconveniente.
«La policía nos encontraba trabajando y por más de que no estuviera el cliente ahí, nos detenía durante 21 días en un asilo», cuenta. Con un detalle no menor: «Nos subían al patrullero a las trompadas y nos arrastraban por el piso».
Su relato es estremecedor y tiene lágrimas en los ojos cuando recuerda con lujo de detalles las situaciones que vivió: «Estábamos encerradas en condiciones inhumanas: pasábamos frío y hambre. Venían las celadoras que estaban a cargo nuestro y nos hacían levantarnos a las 5 de la mañana para baldear todo con agua fría y la que no lo hacía iba castigada a una celda en aislamiento».
Ante la persecución incesante, empezó a rondarle la idea de organizarse para luchar contra la violencia de la policía. «Yo empecé a hablar con todas las compañeras en la zona de Flores, donde me querían mucho. Muchas veces estuve internada en el Hospital Álvarez por los golpes que recibía y ellas siempre venían a verme», dice.
El puntapié inicial para la creación de Ammar fueron estas primeras movilizaciones. «Con la organización empezamos a conocer nuestros derechos, cosa que antes ignorábamos. Sólo sabíamos trabajar y cobrar». Cuenta que la clave del éxito fue la información: «Yo convocaba a todas las compañeras para poder ser libres a través de la unión». El uso del profiláctico, el cuidado de la salud y los derechos que se veían vulnerados por la policía, eran algunas de las temáticas que trataban las mujeres, reunidas en un bar en la intersección de las calles Artigas y Bacacay.
Tras meses de marchas y movilizaciones en la Legislatura de la Ciudad, sus voces tomaron fuerza y lograron la derogación de los edictos policiales. «Ya no nos llevaban más presas. Nos pasaban por al lado con odio porque no nos podían agarrar». Y se lamenta: «Para la sociedad nosotras somos las prostitutas, lo más bajo que hay».
Su vida personal es otra historia. Tiene dos hijas gemelas recibidas en Administración de Empresas y Veterinaria. María Cristina mantuvo su actividad en secreto durante muchos años con sus hijas, hasta que creyó que eran grandes como para escuchar su verdad. Cuando al final les contó, ellas le admitieron que ya lo sabían y el vínculo se hizo más fuerte aún. «Mamá, te queremos más que nunca. Gracias por ser como sos», cuenta que le dijeron.
Hace diez años que dejó la actividad en la calle para dedicarse de lleno a la costura. Aprendió a coser como medio de subsistencia y hoy fabrica sábanas y toallones, que luego vende a hoteles del interior.
-¿Cuáles son tus mayores deseos?
-Mi deseo es que mis compañeras no tengan que sufrir lo que pasamos años atrás y el sueño de mi vida es que nuevamente ganemos para ser libres. En estos años perdimos muchos derechos.
María Cristina se refiere a los proyectos de ley que impulsó Ammar para lograr lo que tanto anhelan: la regulación del trabajo sexual autónomo y el reconocimiento de la actividad por ley. El último que desarrollaron en 2013, aunque llegó al Senado, está archivado.