Sexuality Policy Watch [ES]

Cuarentena en el centro de la pandemia: desde el privilegio del encierro.

Jaime Barrientos Delgado*

Llegué el día 13 de marzo del 2020 a Madrid, España. Arribé dos días antes que comenzase el estado de alarma en el país que reglamentaba el movimiento de personas y que obligaba al confinamiento en las casas. Nos recluimos mi pareja, mis padres –quienes estaban de vacaciones por acá-, y yo.  Y, hasta ahora, llevamos ya más de un mes de encierro y aún quedan varios días más.

Este aislamiento no ha sido fácil. Ha supuesto convivir varias personas en un departamento, con un movimiento reducido. A la vez, ha significado vivir con la incertidumbre de no saber hasta cuando estaremos en esta situación y, también, con un bombardeo de noticias, la mayoría de ellas no muy positivas sobre la evolución de la pandemia en el país y el mundo.

Pero, pese a lo anterior, estar confinados y poder mantener este enclaustramiento constituye una prerrogativa que pocos pueden realizar y sostener en el tiempo. Es cierto que el estado exige quedarse en casa y que solo las salidas pueden hacerse en casos específicos (para el abastecimiento de comida o de productos de salud). Pero en el mundo actual hacer esto es un gran regalía.

Por tanto, ¿de qué hablar o escribir estando encerrado sin caer en la enumeración de un conjunto de quejas que, para una gran mayoría de personas, serían lamentos emitidos por un burgués favorecido? 

Creo que, como buen psicólogo social, preocupado de las relaciones sociales, en vez de lamentarme, puedo escribir poniendo énfasis en aquello que ha constituido el centro de mi vida profesional y académica en los últimos 20 años.

Esta pandemia ha puesto en el centro de ella, la necesidad de evitar el contacto social. Y el contacto social es, precisamente, lo que constituye el objeto de estudio de la psicología social. Entonces podríamos afirmar que esta pandemia sirve como un gran experimento sobre el contacto/no contacto entre las personas en el mundo contemporáneo.

Y miles de preguntas afloran a propósito de ello: ¿cómo evaluar la falta de contacto en la vida de millones de personas?, ¿esta pandemia modificará las relaciones sociales en el futuro?, ¿de qué forma?, ¿cómo nos contactamos socialmente en esta pandemia?, ¿ las modalidades online serán el modo de contacto prevalente en el futuro?, ¿qué sucederá con el contacto físico, con el sexo, con los besos y los abrazos? Y considerando las enormes desigualdades sociales existentes en el mundo, ¿cómo esta pandemia modificará el contacto social según la posición social que ocupemos en el sistema social?

Es difícil responder a estas preguntas y a la vez evaluar la falta de contacto en una situación tan compleja como esta, pese a las miles de encuestas que han circulado en estas últimas semanas.

La falta de contacto genera efectos negativos evidentes en las emociones, los afectos y el cuerpo mismo. La falta de contacto nos aleja de la vida misma, o en otras palabras, el contacto social es vida. Por ello, persistimos en tratar, a toda costa, de mantener el contacto ya sea via telefónica, wsp o usando miles de plataformas (como skype o zoom) para evitar perder la cotidianedad del contacto con nuestras familias y seres más queridos. En estos momentos complejos, hablar con la familia aislada o con el amigo que vive solo o que está enfermo es un modo de sostener el contacto social y su riqueza. Necesitamos del contacto social, necesitamos del contacto físico y lo que pasa actualmente nos muestra lo importante que es ello en nuestras vidas.

Además, corroboramos como nuestra intimidad tantas veces protegida, en estos días, es parte de nuestras vidas, de nuestras reuniones, de nuestras clases y conferencias. Pasamos de la habitación al comedor (si tenemos el privilegio de contar con dichos espacios) para hablar y trabajar. Pues también, requerimos el contacto laboral, aunque sea virtual, aunque sea precario. Por ello, seguramente, en estas semanas hemos participado mas que nunca en miles de reuniones virtuales.

Pero, ¿qué sucede con quienes no tienen ese privilegio de poder hablar con otros mediante el teléfono o mediante aplicaciones online o quienes no pueden hacer teletrabajo? Nuevamente asistimos a la desigualdad, observando que lo que para unos es normal, para otros es imposible.

Por ello se hace difícil reflexionar sobre la pandemia y el encierro sin llevar los pensamientos a lugares infinitos. En estos momentos, poder pensar es ya un privilegio, poder regodearse en los miedos y temores que afloran con esto, es otro gran privilegio.

Para una inmensa mayoría de la población no hay tiempo para pensar, no hay tiempo para temer. Hay solo tiempo para sobrevivir. Es brutal afirmar eso, es cruel corroborar que muchas personas no pueden sostener el confinamiento o que si lo hacen, esto tiene un costo demasiado alto en sus vidas. Esto es mas evidente en un país como Chile que ha vivido un estallido social y sus efectos. Un país donde no se observa que sus ciudadanos sean percibidos en su humanidad, donde parecen primar más los intereses económicos que la vida humana misma.  Por eso quizás, para mi como para muchos chilenos, esta pandemia duele, duele más.

Por tanto, como privilegiados, ¿qué podemos hacer para sostener el contacto?, ¿qué podemos hacer para sostener la vida de muchas y muchos que no pueden estar confinados?

Esta es un gran pregunta, que espero, ojalá pudiésemos reflexionar. Y que este encierro no haya sido en vano una vez haya finalizado. Que cuando podamos volver a encontrarnos cara a cara, hayamos cambiado, hayamos cedido nuestros privilegios, hayamos dado un paso modificando nuestras posiciones sociales y las de otros.

Y, espero que el país y sus autoridades nos perciban en nuestra condición de humanos y no como meros objetos de intercambio económico.

*Jaime Barrientos Delgado es profesor titular de la Facultad de Psicología, Universidad Alberto Hurtado, Chile.

Imagen: Michael Grimaldi



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