Es una de las principales referentes feministas de Brasil. Aquí, reflexiona sobre el papel de las mujeres en las tareas de cuidado que pone en primer plano la pandemia, la violencia machista, los fundamentalismos religiosos y el abuso de dispositivos de vigilancia en gobiernos democráticos.
Por Mariana Carbajal
“Después de esta crisis vamos a entrar en un largo tiempo de procesamiento de la experiencia de confinamiento y del luto”, dice la académica brasileña Sonia Correa, desde la pantalla de la computadora, en su departamento de Río de Janeiro donde vive y cumple con el aislamiento preventivo junto a su hija. Está muy preocupada por las altas cifras de contagiados y muertos por la covid 19 en Brasil y el desmanejo de la crisis por parte del presidente Jair Bolsonaro. En Brasil no se impuso una cuarentena obligatoria. Se han cerrado actividades económicas no esenciales, especialmente comerciales y están prohibidas las aglomeraciones de gente. Pero esas reglas aún cuando no han sido draconianas, son sistemáticamente desafiadas por Jair Bolsonaro y sus bases políticas, lo que llevó incluso a la dimisión del ministro de Salud. “Ninguna sociedad puede pasar por esta experiencia de miedo, tumulto y pérdidas impunemente. Vengo pensando mucho en los funerales solitarios, ritos que tendremos que rehacer o reinventar”, apunta Correa, investigadora de la Asociación Brasileña Interdisciplinaria de Sida (Associação Brasileira Interdisciplinar de AIDS – ABIA), una de las más antiguas ONG que actúan en esta temática en Brasil, y co-coordinadora del Observatorio de Sexualidad y Política (SPW, por su sigla en inglés). En una entrevista de Página/12 reflexionó en relación a la sobrecarga de tareas de cuidado que deja en primer plano esta pandemia, el problema de la violencia machista potenciado con el encierro doméstico, y sobre los riesgos, en este contexto, de un recrudecimiento de los fundamentalismos religiosos y un uso abusivo de los dispositivos de vigilancia en gobiernos democráticos, entre otros temas.
Con el reciente cambio de ministro de Salud, los militares en Brasil van a supervisar el manejo de la crisis sanitaria. “Damos un paso hacia la militarización, sospecho que las reglas serán más coercitivas”, señala Correa. Es feminista. Estudia la trama de las políticas antigénero y antiaborto y su impacto en la agenda de derechos sexuales y reproductivos en la región.
M: La cuarentena obligatoria, que se impuso en distintos países, genera sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados que recae mayoritariamente sobre mujeres. ¿Cómo analiza este reforzamiento de los roles tradicionales impuesto por el Estado, finalmente?
S: La pandemia de la covid 19, como otras crisis, saca a luz, de un solo golpe, estructuras, procesos y formaciones que producen desigualdades, exclusiones, estigma y riesgos, y que en condiciones de normalidad quedan ocultados. Es como si la crisis abriera un caleidoscopio de muy viejas y muy nueva cuestiones en términos de la política, de la economía y, sobre todo de la biopolítica. La cuarentena, por ejemplo, no solo es reveladora de cómo tiende a acentuar los sesgos de género de la separación entre público y privado y la división sexual del trabajo, dos temas clásicos de los feminismos. Sobre todo, ha iluminado de manera inequívoca, cómo la “familia”, el mundo privado, no es un lugar seguro para las mujeres, niñas y niños o mismo las personas mayores. Eso pone en jaque la ideología conservadora que mistifica la “familia” como refugio sagrado. Del lado sombrío, esas revelaciones nos dicen lo profundamente arraigados y difícilmente transformables que son los órdenes de género y sexualidad. Por otro lado, como han subrayado varias y varios analistas –como Rita Segatto y Alain Touraine– la crisis ha traído para el centro del debate un tema que hasta ahora era muy discutido casi que solamente en el campo feminista y de algunas/os especialistas: el lugar nodal de la llamada economía del cuidado, en la cual las mujeres tienen un rol crucial, sea en el ámbito de sus domicilios sea como trabajadoras del cuidado en la esfera pública. También pienso que –al mismo tiempo, en que debemos presionar a los estados y encontrar otros caminos para mitigar el crecimiento de violencia de género y sexual en la cuarentena, esos datos son argumentos imbatibles para contestar la mistificación de las estructuras familiares, patriarcales y desiguales, propagada por fuerzas antigénero y antifeministas, como solución mágica para todos los males sociales.
M: El gobierno de Malasia, por ejemplo, y también iglesias evangélicas, como se vio en Chile, lanzaron consejos dirigidos a las mujeres exclusivamente, orientados supuestamente a mantener una relación armoniosa en el ámbito familiar, para evitar discusiones con el marido, en el marco del confinamiento obligatorio. ¿Hay riesgo de un recrudecimiento de fundamentalismos religiosos en este contexto de emergencia sanitaria?
S: Ese es quizás uno de los lados más sombríos del caleidoscopio de revelaciones que provoca la pandemia de la covid 19. Las múltiples turbulencias generadas por la pandemia les han dado a las fuerzas conservadoras y de derecha, o extremas derechas, religiosas y seculares, justificaciones y oportunidades para accionar el arbitrio, la coerción y la vigilancia extrema y propagar sus discursos y visiones. Cuando empezó la crisis, hemos visto materiales circulando digitalmente en que se decía que la covid 19 era un castigo por las leyes de aborto en Italia, Francia y España. Eso ya no se sostiene cuando la pandemia ya es una catástrofe en países donde el aborto no es legal, como Ecuador o Brasil. Otra vertiente de discursos que se está difundiendo es esa que mencionas, que busca instrumentalizar y ideologizar “la vuelta de las mujeres a las casas”, reactivando semánticas e imaginarios de la complementariedad de los sexos y las mujeres sumisas, ancladas en lógicas religiosas y de los autoritarismos del pasado, como el falangismo español. Pero, ojo, es importante tener claridad que, como lo analiza muy bien Anne Marie Case, en su examen de la política antigénero del Vaticano, la ideología de la complementariedad entre los sexos corresponde, más bien, al orden de género y sexualidad instalados con el advenimiento de la modernidad europea. Lo que significa que está muy sedimentado en las culturas y subjetividades.
M: En algunos países, como Panamá y Perú, los gobiernos impusieron restricciones para circular haciendo una segregación por sexo/ género, como medida para la contención de la covid-19. Perú dio marcha atrás. ¿Por qué piensa que estas medidas son inaceptables?
S: En mi opinión, estos gobiernos han elegido el sexo/género como criterio de segregación, porque como dirían los franceses ça va de soi, o sea “así son las cosas”. Como han subrayado durante mucho tiempo las teóricas feministas, el dimorfismo sexual es un marcador milenario de diferenciación social, un “diferencial natural” constantemente reiterado. En un razonamiento instrumental, típico de la lógica estatal, la utilización del sexo/género como criterio que facilita la labor de vigilancia: basta mirar para saber “quién es hombre y quién es mujer” –lo que dispensa, por ejemplo, la consulta de documentos de identidad–. Sin embargo, después de décadas de lucha por la justicia de género, justicia social y la democracia sexual en el mundo y en América Latina, las cosas ya no son así. Al imponer la regla de la segregación basada en el sexo/género, los estados en cuestión inevitablemente cosifican el supuesto determinismo biológico del dimorfismo sexual. La medida pone inmediatamente a las personas no binarias en un “no-lugar” en contextos de riesgo y vulnerabilidad, incluso porque el poder de la violencia y la coacción de los estados se ha amplificado. No sin razón, los primeros desafíos a las medidas provinieron del activismo trans, pues la medida facilita e incita al estigma y la violencia contra las travestis, las mujeres trans y los hombres trans. Esas consecuencias pueden ilustrarse con la experiencia de Bárbara Delgado en Panamá, descripta por Cristian Gonzales Cabrera de Human Rights Watch, quien fue arrestada y humillada por la policía porque su identidad social de género no coincidía con la de su documento de identidad. Pero hay más que decir. Además de facilitar y fomentar la estigmatización y la violación de los derechos de las personas travestis y trans, las medidas de segregación reactivan, cuando no cristalizan, el llamado orden natural de sexo/género, o sea, las capas culturales en las que se basan la división sexual del trabajo y las desigualdades entre hombres y mujeres. Para aclarar este argumento, imaginemos que en sociedades profundamente marcadas por el racismo estructural –como Brasil, Colombia, Sudáfrica o incluso Panamá– se adoptasen medidas de segregación basadas en la raza: los blancos salen un día, los negros en el otro. Esa política sería un escándalo, ¿no?
M: Sin dudas…
S: Sin embargo, y lamentablemente, en 2020, separar a las mujeres y los hombres en el espacio público a nivel discrecional sigue sonando natural y normal. Para mí, esto es muy anormal, especialmente en el contexto de la pandemia cuando se hace evidente el desbalance en la división sexual de la economía de cuidado, cuando por efecto de la cuarentena los números de violencia de género crecen vertiginosamente y se están cerrando servicios de salud reproductiva y de aborto. Nosotras, feministas, deberíamos estar tan indignadas con las medidas como lo están las travestis, mujeres y hombres trans.
M: ¿Cómo protegerse en este contexto de un uso abusivo de los dispositivos de vigilancia en gobiernos democráticos con el fundamento de proteger a toda la población? En una provincia argentina se filtró el audio de un jefe policial ordenando “meter gente presa” arbitrariamente, para mostrar que estaban controlando a quienes violaban la cuarentena.
S: Es importante subrayar las diferencias: hubo tanto la escalada de fuerza bruta –como en Filipinas donde Duterte dio la orden de matar a quienes violan el aislamiento obligatorio–, como procesos institucionales de concentración del poder como en Hungría. En India la pandemia suspendió las protestas que se hacían desde diciembre: le ha dado al primer ministro Narenda Modi condiciones muy favorables de mayor concentración de poder, incluso en términos de control de la prensa, una medida que se ha tomado en muchos otros lugares. En Sri Lanka la crisis también ha llevado a una nuevo estado de excepción. Y en América Latina tenemos ejemplos de franca autocracia y arbitrio en Bolivia, El Salvador, Guatemala y Honduras. Además, tenemos que poner atención a los efectos de la pandemia en países o territorios donde estados de excepción ya estaban instalados, en algunos casos desde mucho, como en Gaza o la Cachemira. No menos importante, pienso, es hacer la crítica sistemática a los discursos que se han propagado desde que la pandemia llegó a Europa según los cuales los regímenes autoritarios y autocráticos tendrían mejores condiciones de responder a la crisis. Por eso es urgente identificar, analizar y traer al debate las experiencias de los países que están respondiendo bien a la crisis sin que eso implique amenazas brutales a principios y prácticas democráticas (aun cuando se hayan impuesto restricciones al derecho de transitar el espacio público como es el caso de Alemania, Argentina, Islandia, Dinamarca, Finlandia, Portugal y un pequeño país, de que casi no habla, que es Barbados. Significativamente, la mayoría de esos países son gobernados por mujeres. En la última semana, Angela Merkel y Jacinda Arden, la joven primera ministra de Nueva Zelandia, han ganado mucha visibilidad como líderes de respuestas efectivas y democráticas a la crisis de la covid-19. Sin duda hay razones para conmemorar esos liderazgos, pero con alguna cautela. Primero, porque hay que contabilizar otros factores, por ejemplo la mayoría de los países en esa lista cuentan con estructuras institucionales, sobre todo de salud pública, bastante sólidas. Pero también, porque que el hecho de que la jefa de gobierno sea mujer no garantiza respuestas democráticas. Por ejemplo, al lado nuestro, la presidenta interina de Bolivia, Jeanine Añez, maneja la crisis en base a un decreto que claramente restringe la libertad de expresión y la crítica a las políticas de gobierno, imponiendo penas de detención muy rigurosas y que podrá ser usado contra fuerzas de oposición. Debemos nos preguntar cómo Marine Le Pen o Marion Marechal responderían a la crisis.
M: ¿Cómo observa el manejo de la crisis sanitaria en Brasil?
S: En Brasil es más que flagrante que la política negacionista e insana de Bolsonaro frente a la pandemia tiene el apoyo de mujeres: la ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Regina Alves –pastora evangélica-, parlamentarias de su base política y las muchas mujeres que están participando en las carreteras y otras marchas y que reivindican la suspensión de la cuarentena. La situación brasileña, como se sabe, es catastrófica, pues a un solo tiempo tenemos que enfrentar la escalada vertiginosa de la pandemia, con efectos potencialmente dramáticos sobre la población más pobre y mayormente negra, pero también los indígenas, y el pandemonio creado por un gobierno que, desde siempre, usa el caos como método de gestión del poder. A diferencia de otros líderes populistas autoritarios, Bolsonaro no ha recurrido a medidas draconianas de contención de la pandemia para ampliar su poder, lo que hace es, al contrario, negar la pandemia y rechazar sistemáticamente medidas de contención reconocidas internacionalmente, para instigar sus bases sociales a un estado permanente de agitación y mantener las instituciones, actores y la sociedad políticos rehenes de su “insanidad”. Dicho de otro modo, hace uso obsceno de la pandemia para sus objetivos de poder. Pienso también que es importante situar a Bolsonaro en relación con otros líderes de las Américas. Se hacen, es obvio, muchas analogías de su posición con las de Trump, no solo porque son superaliados, pero porque ambos han usado el argumento de que la economía no puede parar para resistir a medidas de contención. Pero creo que es políticamente productivo explorar analogías mucho menos debatidas entre Bolsonaro y, por ejemplo, Ortega, cuyo régimen hasta ahora sigue negando la pandemia, pero también AMLO que, como se ha visto, ha demorado mucho tiempo en reconocer la escala y profundidad de la crisis. El hilo que conecta esas antípodas ideológicos son, a mi ver, rasgos peculiares del populismo latinoamericano, como, por ejemplo, una retórica que subraya la capacidad de resistir al virus por efecto de “la protección de dios” y de la “fortaleza del pueblo”, la cual en México, viene de la ancestralidad, en Nicaragua, del espíritu de la “revolución” y, en Brasil del poder “nadar en agua mugrienta sin enfermarse”. Es una pena ya no tengamos al politólogo argentino Guillermo O´Donnell pues él seguramente iluminaria, con la precisión que le era tan peculiar, esa paradojal convergencia.
M: ¿Cómo se imagina el día después de esta pandemia de coronavirus?
S: Ese imaginar tiene al menos dos angulaciones: una más personal, corporal, emocional y otra más intelectual y política. En relación a la primera, me hace mucha falta estar de nuevo en la calle, de vuelta al lugar común, al ritmo de la “normalidad” cotidiana. Imagino que podrá ser muy emocionante vivirlo de nuevo. Pero ayer, cuando abrí el periódico y leí que en Brasil ya tenemos más de mil personas muertas y estamos aún lejos del pico, me di cuenta de que ese retorno al lugar, a la calle también va a ser un tiempo de luto y melancolía. Ninguna sociedad puede pasar por esa experiencia de miedo, tumulto y pérdidas impunemente. Desde ayer, vengo pensando mucho en los funerales solitarios, ritos no hechos que tendremos que rehacer o reinventar en ese pasaje. Despuésde la crisis vamos a entrar en un largo tiempo de procesamiento de la experiencia de confinamiento y del luto. Del punto vista político intelectual, mi deseo, más que mi imaginación, es que las revelaciones caleidoscópicas de la crisis de la covid se mantengan vivas, a flor de la piel. O sea que estamos preparades para seguir procesando, colectivamente y de manera interseccional, los impases, las distorsiones estructurales, las iniquidades sobre los cuales la pandemia ha traído a luz con mucha fuerza. Eso puede o no llevar a cambios positivos, no lo sé, pues no consigo vislumbrar como van a ser los juegos de fuerzas–económicas, políticas, geopolíticas, sociales– pos pandemia. Todo me parece muy incierto. Pero para mencionar un texto complejo y muy instigante de Achille Mbembe, sobre la crisis, que empecé a leer, debemos quizás imaginar que en el tiempo pos pandemia podamos abrir más espacios para vidas respirables, en todos los sentidos.