Para el historiador François Buot, especialista en el periodo surrealista francés, la ciudad de París representó a partir de finales de la Primera Guerra Mundial y a lo largo de los años veinte, un laboratorio de la diversidad sexual. En Paris gay, une histoire du París interlope entre 1900 y 1940, el investigador desmiente de manera muy documentada y amena la idea preconcebida de que la supuesta decadencia urbana de esos años se concentró en las clases acomodadas, entre artistas y personas ociosas.
Con una cartografía elocuente, el escritor demuestra que los lugares de encuentro sexual en la capital francesa eran frecuentados por todas las clases sociales, y que en ausencia de una diferenciación muy clara entre conductas homosexuales y heterosexuales prevalecía una fascinación por la bisexualidad y por lo andrógino, una despreocupación total por los dictados de la moral burguesa y una circulación muy libre entre las clases en una aventura erótica. A partir de archivos policiacos y testimonios de historiadores, novelistas y poetas, Buot describe cómo la despenalización de la homosexualidad establecía un contraste muy marcado entre una legislación francesa muy liberal en materia sexual y marcos jurídicos abiertamente represivos en otros países europeos. La invención del término homosexual, y la medicalización obsesiva de toda sexualidad disidente durante el siglo XIX, tuvo en la Francia de las primeras dos décadas del siglo XX una suerte de paréntesis libertario, mismo que se cerró abruptamente a finales de los años 30 cuando agotada la experiencia del frente popular e iniciada una nueva guerra mundial, la burguesía recupera el discurso conservador decimonónico y restablece la diferenciación tajante entre lo heterosexual y la homosexualidad.
Planteada así la tesis del historiador, lo que sigue es un itinerario fascinante por los años de la insólita liberación sexual. Dominan en el texto las referencias literarias, los personajes pintorescos de la bohemia de Montmartre, escritores como el legendario Jean Lorrain (Polvos de París, 1896) o el surrealista René Crevel (Mi cuerpo y yo, 1925) o el inclasificable Francis Carco (Imágenes ocultas, 1929) o Willy, amante de Colette, emblema de lo mundano exquisito (El tercer sexo, 1927); figuran también los testimonios deslumbrados de escritores extranjeros avecindados en París, como el alemán Klaus Mann de La danza pía (1925), hijo de Thomas Mann. Cada novelista refiere una emancipación sexual sólo comparable con el clima libertario del Berlín de finales de los años veinte. En los antros y tugurios al pie de la colina del Sagrado Corazón, tabernas como La petite Chaumière tienen al fondo habitaciones donde burgueses y proletarios se confunden en orgías y bacanales, al ritmo de canciones de Damia o de Marlène Dietrich. Un Francois Mauriac escribe indignado: “Grandeza y miseria de Montmartre. Huí de él, aunque ciertamente lo conocí (…) Siempre fui insensible a la poesía de ese Montmartre de Carco y Dorgelès. Siempre vi en él sólo un barrio sórdido e inmundo”. A este estremecimiento conservador se opuso con altivez la literatura testimonial, ciertamente festiva, de un Jean Cocteau o de Raymond Radiguet, y más adelante, las impresiones de Jean Genet, en Nuestra señora de las flores (1948), de un mundo encanallado y clandestino renuente a desaparecer.
El número de anécdotas que ofrece el libro de François Buot es considerable, pero el rigor académico de la investigación y la pertinencia de los testimonios literarios desmienten cualquier sospecha de frivolidad en la empresa. No hay un deleite complaciente en hurgar secretos salaces ni tampoco la búsqueda morbosa de las revelaciones asombrosas. Lo que se documenta sólo afianza el propósito central de describir una época en que las conductas sexuales se manifiestan con libertad sorprendente, aprovechando los vacíos jurídicos y la resignada tolerancia de las autoridades que ven, impotentes, cómo proliferan los lugares de encuentro y relajamiento erótico, los baños turcos y las tabernas, los jardines y los pasillos oscuros en el interior de los teatros, los urinarios públicos que por docenas son el mobiliario urbano que alguna vez tuvo propósitos de higiene y que muy pronto asumieron una vocación contraria.
Sin embargo, lo más escandaloso para la moral burguesa no fue esa proliferación de la promiscuidad pública, sino la súbita fraternidad sexual entre las clases sociales que podía reunir en un mismo sitio, y con intereses semejantes, a las personas respetables y a la clase plebeya. El novelista J.K. Huysmans señalaba ya desde finales del siglo XIX que en esas circunstancias: “Los hombres de bien y los lacayos se vuelven iguales y se hablan con toda naturalidad, sin importar las diferencias de educación. El vicio consigue así lo que no pudo lograr la caridad: la igualdad entre los hombres” (Croquis de Paris et d’ailleurs). Tal vez el aspecto más fascinante del libro de Buot no sea esa descripción, tan manida ya, de las atmósferas del decadentismo parisiense, sino el modo en que escritores como Marcel Proust y André Gide (el primero de manera velada, el segundo con una temeridad insólita), y con ellos Maurice Sachs y Jean Cocteau, revelaron la complejidad y las ambigüedades de un París a la vez conservador y libertario, donde las vanguardias artísticas podían ser en extremo innovadoras o ferozmente homofóbicas (como en el caso de André Breton). Contradicciones de ese tipo anunciaban ya el final de la larga fiesta, al tiempo que explicaban el inminente triunfo de la Francia reaccionaria del mariscal Philippe Pétain.
Gay Paris, Une histoire du Paris interlope entre 1900 et 1940.
François Buot
Fayard, 2013.
Disponible en Amazon.com
Fuente: http://letraese.jornada.com.mx/2016/03/02/capitales-queer-paris-1900-1940-6221.html