Sonia Corrêa
Lo que me motivó a escribir este texto fue la lectura de una serie de artículos que recordaban las condiciones, en la década de 1990, que generaron la agenda transnacional de repudio al «género» en el ámbito de las Naciones Unidas, cuyos efectos deletéreos presenciamos hoy en los más diversos contextos nacionales. Había examinado esta trayectoria en dos ocasiones anteriores basándome tanto en el análisis desarrollado por Girard (2007) como en mis observaciones personales pues he seguido de cerca varios de estos debates: la Conferencia sobre Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro (CNUMAD, 1992), la Conferencia sobre Población y Desarrollo en El Cairo (CIPD, 1994) y la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín (IV CMM, 1995), además de las revisiones de la CIPD y la IV CMM (1999, 2000, 2004 y 2005). De igual manera, este texto recupera reflexiones presentadas en el Coloquio Internacional Amenaza(n)do Género (UERJ, octubre de 2017).
Al leer la literatura sobre la cronología de la gestación de los ataques al género he identificado muchas discrepancias. La versión predominante es que los ataques al género tuvieron lugar durante el proceso de la IV CMM, pero hay quienes identifican la Conferencia de El Cairo o aún la CNUMAD (también llamada Cumbre de la Tierra) como el momento inicial de esta saga. Esto ocurrre debido a que estas conferencias se desarrollaron en una intensa secuencia de debates, de los cuales las definiciones de reproducción, género y sexualidad se condensaron de forma acumulativa, dando lugar a nuevos movimientos reactivos en cada etapa. Así que no es fácil rastrear estos entresijos sin haber estado allí. Por ello, me pareció interesante revisitarlos como contribución a los esfuerzos que se han hecho para reconstruirlos. 1
- Desde el punto de vista más personal, es importante registrar estas observaciones on site antes de que se pierdan mis recuerdos personales sobre ese proceso.
Primeras señales del fuego: Nueva York, marzo de 1995
En marzo de 1995, llegué a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York para participar de la fase final del Comité Preparatorio para la IV CMM en Pekín. La semana anterior se había celebrado la Cumbre sobre Desarrollo Social en Copenhague, donde las feministas, implicadas en estas conferencias desde la Cumbre de la Tierra, organizamos una huelga de hambre para garantizar que se incluyera la mención de los impactos negativos de los programas de ajuste estructural en los países del Sur global en el documento final. También logramos inserir en texto final el lenguaje adoptado en la Conferencia Internacional de Derechos Humanos de Viena (1993), que afirma los derechos de las mujeres como derechos humanos, así como definiciones de El Cairo sobre salud y derechos reproductivos, aunque estas definiciones hubiesen sido sistemáticamente atacadas por la Santa Sede y sus aliados en el proceso de negociación. Por otra parte, el documento incluyó muchas referencias al género, especialmente en lo que respecta a la división sexual del trabajo entre hombres y mujeres en el ámbito de la reproducción, mientras tanto esa terminología no ha generado polémica.
No obstante, luego al llegar a Nueva York, lo primero que me dijeron fue que el género estaba entre paréntesis: es decir, que ya no era una definición consensuada. Los debates habían sido paralizados porque las diplomáticas que coordinaban las negociaciones no estaban preparadas para los fuertes enfrentamientos que estallaron en torno a la terminología de género y otras cuestiones controvertidas. En una de las salas de trabajo, observé como un delegado de Sudán exigía enérgicamente que la palabra género se pusiera «entre corchetes» siendo apoyado por otros países islámicos, sin que la coordinadora de la sesión pudiera contener su largo y agresivo discurso. En esta escena eran detectables las no tan invisibles manos del Vaticano, pues, aunque la Santa Sede no se pronunció, las delegaciones de Honduras, Nicaragua y El Salvador, sus fieles aliados, apoyaron la postura sudanesa. Esta inesperada tensión en torno al género, como sospechábamos, ponía a descobierto un acercamiento sin precedentes y a la vez preocupante entre el Vaticano y los Estados islámicos. Según Girard (2007), en la tercera y última semana de la reunión del Comité Preparatorio – cuando la terminología de derechos sexuales y orientación sexual se incorporó al texto en negociación –, la Santa Sede, apoyada por Sudán, Malta y Honduras, pidió que el término género permanecera entre paréntesis y exigió que el Secretariado del comité definiera con precisión su contenido.
Al mismo tiempo, el género era virulentamente atacado en los espacios donde se movían las organizaciones de la sociedad civil. Cuando salí de la sala donde ocurría el debate arriba descrito, Joan Ross Frankson, una feminista caribeña del equipo de WEDO, me habló de un panfleto «antigénero» repartido unos días antes entre los delegados, especialmente del Sur global, por una organización de la derecha católica estadounidense. Se trataba de la Coalición de Mujeres por la Familia, dirigida por la periodista Dale O’Leary (autora del libro The Gender Agenda, publicado en 1997). El panfleto manipulaba un artículo clásico de la bióloga feminista Anna Fausto-Sterling sobre la intersexualidad para argumentar que, al utilizar el término género, las feministas («en general homosexuales», según el panfleto) reivindicaban la existencia de cinco géneros. Joan, me lo contó indignada:
Estos nefastos no sólo han descarrilado las negociaciones, sino que nos han ofendido. ¿Cómo pueden decir que las feministas quieren tener cinco géneros? Sabemos muy bien que el género es lo que explica la desigualdad entre hombres y mujeres en todas las esferas de la vida.
Reflexionando sobre el episodio unos años después, Rosalind Petchesky recordaba cómo el panfleto de la Coalición por la Familia había dejado perplejas a muchas feministas presentes en el Comité Preparatorio y que nunca habían leído a Gayle Rubin, Judith Butler o Fausto Sterling: Ese ataque de hecho nos provocó a que explicáramos a nosotras mismas y a los demás que es el género.» (Girard, 2007, p.338)
Hay que dar un paso atrás para comprender mejor cómo y por qué estalló esta crisis en el tramo final de la ruta hacia Pekín. En los debates oficiales de la Cumbre de la Tierra, el género, la sexualidad y tampoco el derecho al aborto figuraban en la agenda. El Documento de Río de Janeiro incluía la clásica definición de igualdad entre los sexos y la tensión se centraba en cuestiones que hoy pueden parecer muy prosaicas: el derecho a la planificación familiar y el término «salud reproductiva» que acababa de entrar en la conversación entre los Estados miembros de la ONU de la mano de la OMS.
Por muy convencional que parezca, ésta fue la agenda que provocó ataques y maniobras políticas por parte de los representantes de la Santa Sede, que reactivaron la histórica controversia Norte vs. Sur sobre las políticas de control de la población, generando una oposición discursiva entre la pobreza y el derecho al desarrollo, por un lado, y el control de la fecundidad (planificación familiar y salud reproductiva), por otro. La posición de algunas redes ecologistas mundiales ha facilitado esa estrategia discursiva pues, en el periodo previo a Río, habían defendido el control de la población como una medida necesaria para proteger la naturaleza. En consecuencia, durante las negociaciones, la agenda feminista de autonomía reproductiva se vio a menudo excluida en este dificil juego de poder. Al observar la escena, varias de las redes feministas que estaban en Río de Janeiro llegaron a la conclusión de que era crucial influir en la agenda de la CIPD (prevista para 1994 en El Cairo) para evitar un desastre político de mayores proporciones.
Esta decisión, tomada al calor del Foro Global de ONGs (el foro paralelo a la Cumbre de la Tierra) en el Aterro do Flamengo, llevaría a la compleja dinámica de fenfrentamientos que tuvo lugar durante los dos años de preparación para El Cairo. Esas peleas duras resultaran en definiciones y recomendaciones políticas que hoy forman el blanco principal de las multifacéticas cruzadas antigénero. En el proceso hacia la CIPD, por primera vez, el término género quedó registrado en un documento político intergubernamental, además de otros avances: se legitimó el concepto de derechos reproductivos, se reconoció el aborto como un grave problema de salud pública, se recomendaron políticas universales de educación sexual y se afirmaron las múltiples formas de familia. Sin embargo, y muy significativamente, en ningún momento de los arduos enfrentamientos de El Cairo el término género fue objeto de mayor controversia.
Esto se debe en parte a que, como bien señala O’Leary en su libro de 1997, en el proceso de la CIPD, la Santa Sede y sus aliados estaban enfrentados a la tarea de contener el doble reconocimiento del aborto como problema de salud y de las múltiples formas de familia. Fue un empeño que no dio buenos resultados pues esas definiciones quedarían grabadas en el documento final. Sin embargo, yo también pienso no hubo mayor controversia en torno al concepto de género porque, como bien dijo mi amiga Joan, la terminología que se legitimó en aquel momento denotaba, fundamentalmente, la desigualdad entre hombres y mujeres sin implicar en las «confusiones de la sexualidad».
Mary Anne Case sugiere que el género llegó a la conferencia del Cairo de la mano de feministas estadounidenses que trabajaban en el ámbito jurídico, lo cual es en parte correcto. Pero desde mis observaciones, el término género legitimado en la CIPD vino sobre todo del ámbito de los debates sobre género y el desarrollo, cuya absorción extrapolaba las fronteras de Estados Unidos: el género como un capa cultural sobrepuesta al sexo biológico que organiza los roles y las esferas de hombres y mujeres, tal y como ya lo pensaban Caroline Moser, Gita Sen y Naila Kabeer además de otras planificadoras y economistas feministas.
Por otro lado, y eso es muy importante, la atmósfera de El Cairo estaba impregnada de sexualidad. Ya en el primer Comité Preparatorio, en abril de 1993, las activistas lesbianas incluyeron la no discriminación por motivos de orientación sexual entre sus demandas para la conferencia, lo que fue apoyado por algunos países. Posteriormente, la sexualidad adolescente y, sobre todo, los derechos sexuales se debatieron ampliamente. Aunque esta definición no se incluyó en el texto final, la CIPD dejó la sensación de que había demasiado sexo en el documento final. Esta irrupción era a mi ver inevitable puesto que el sexo se sitúa en la intersección entre la gestión de la población y las disciplinas del cuerpo (Foucault, 1999). Según Gloria Careaga, investigadora y activista mexicana, a partir de El Cairo, las redes internacionales de mujeres lesbianas hicieron una inversión brutal para que la sexualidad no quedase enterrada en Pekín:
Antes del Cairo, no existía entre nosotras un debate en profundidad sobre los derechos sexuales… Había mucha confusión sobre el concepto. Las mujeres heterosexuales pensaban que era un problema de lesbianas y las lesbianas pensaban que era sólo un problema heterosexual. Nosotras las lesbianas sentíamos que teníamos la responsabilidad de defender los derechos sexuales (en el IV proceso de la MMC). (Girard, 2007, p.323)
La erupción del “problema de género del Vaticano”, dos años después se generó en esa intersección biopolítica. Judith Butler (2007) captó la complejidad de la erupción singular en una muy iluminadora elaboración más bien filosófica:
No me sorprende que el Vaticano se refiriera a la posibilidad de incluir los derechos de las lesbianas (en el texto) como algo antihumano. Puede que sea cierto. Admitir a las lesbianas en el ámbito de lo universal puede deshacer lo humano, al menos en sus formas actuales, pero también implica imaginar lo humano más allá de sus límites convencionales. (p.190)
El comentario de Butler sobre imaginar el humano más allá de sus límites convencionales, sin duda se extiende a identidades que no se ajustan a los ordenamientos dominantes de género. Dicho de otro modo, los ataques de marzo de 1995 no iban dirigidos contra el género tal como se había escrito en el documento de El Cairo, o sea como una nueva manera de hablar de desigualdades entre hombres y mujeres, sino como una especie de acción preventiva contra el potencial revolucionario del concepto de género de abrir una caja de la cual saltaría una nueva coreografía de sexualidades, géneros y deseos.
Curiosa y significativamente, a pesar de este furor inicial, en la propia IV CMM el término “género” tampoco fue objeto de grandes controversias. Al final de las negociaciones, la Santa Sede hizo una declaración de reserva según la cual el género debería «entenderse como anclado en la identidad sexual biológica» (Naciones Unidas, 1995). Pero durante el propio proceso de negociación, el Vaticano y sus aliados trabajaron duro en otros frentes. Por ejemplo, la definición de Viena de que los derechos de las mujeres son derechos humanos se impugnó sistemáticamente en nombre de las tesis de Juan Pablo II sobre el genio femenino y la dignidad de la mujer. El Vaticano también hizo todo lo posible para impedir la aprobación de los párrafos sobre la revisión de las leyes punitivas del aborto, la educación sexual de las niñas, los derechos sexuales y, sobre todo, el lenguaje sobre la orientación sexual en el capítulo de los derechos humanos. No obstante, la Santa Sede perdió casi todas estas batallas nuevamente, excepto la inclusión del tema de la orientación sexual, que fue derrotada por un pequeño margen en la última sesión plenaria de la conferencia.
Casi un cuarto de siglo después, cuando volví a visitar la escena en Pekín, me pregunté qué había ocurrido entre marzo y septiembre de 1995 que pudiera explicar este repliegue táctico de la Santa Sede en relación al “género”. No tengo respuestas definitivas. Algunas voces consideram que fue la tautológica del grupo creado por la Secretaría de la IV CMM para definir el género, según la cual el término se interpretaría en la Plataforma de Acción en función de su uso habitual y eso ha apaciguado temporalmente al Vaticano. Yo misma pienso que los otros frentes de conflicto eran tan arduos que el género quedó relegado a un segundo plano. Pero también es posible levantar la hipótesis de que, a pesar del furor registrado en marzo en Nueva York, los intelectuales del Vaticano aún no habían madurado completamente su posición radical sobre el género y han optado, en Pekín, por hacer sus batallas más bien con base a utilizar las premisas clásicas de la antropología teológica de la dignidad de la mujer (asociada la antropología de la complementariedad de los sexos) y derecho a la vida.
Los años 1999 y 2000, en las conferencias de revisión de los cinco años de la CIPD+5 y de la IV CMC+5 respectivamente, el género se volvió un blanco atacado frontalmente desde el principio hasta el final de las negociaciones. Cada vez que el término aparecía en el debate se cuestionaba su significado, distintas delegaciones pedían su eliminación, afirmando que se refería a la homosexualidad, la pedofilia y otras «perversiones sexuales». Es cierto que cuando tuvieron lugar estas negociaciones ya se habían publicado en inglés dos textos fundacionales de la cruzada contra el género escritos aún fuera de los muros del Vaticano: en Sal de la Tierra (1997), Ratzinger menciona por primera vez el término “ideologia de género” y en Gender Agenda, Dale O’Leary ataca el feminismo del género como una traición de las mujeres, asociando el concepto al marxismo. A su vez, en 1998, los obispos peruanos publican la primera diatriba en español contra el “género”, afirmando en el texto que el concepto es potencialmente “revolucionario” y que, por lo tanto, hay que rechazarlo.
Las negociaciones del 1999 y el 2000 fueron mucho más arduas que las de El Cairo y Pekín. Entre otras razones, porque la lógica de posicionamiento del Grupo de los 77 y China (el bloque que agrupa a los países del Sur global) había cambiado. Entre 1992 y 1999, el G77 sólo funcionó como bloque en relación con las cuestiones económicas, liberando los países miembros para adoptar posiciones individuales en otras cuestiones, como por ejemplo género, sexualidad y aborto. Pero, el modus operandi adoptado en las negociaciones de la CIPD+5 y la IV CMM+5 cambió completamente, los países miembros del G77 votaron en bloque en todos los temas, lo que supuso un enorme obstáculo para las cuestiones de género, sexualidad y reproducción. Este cambio fue el resultado de dinámicas cruzadas. Por un lado, la crisis asiática de 1999 había llevado a los países del Sur a adoptar posiciones más duras. Por otro, era evidente e insidiosa la influencia de la Santa Sede sobre las negociaciones a través de sus aliados, entre los cuales se contaban países islámicos con un razonable peso político en el bloque, como Egipto y sobre todo Irán.
Esta nueva alianza (la Unholy Alliance, como la llamamos las feministas presentes en esos embates) se revelaba muy organizada y a menudo utilizaba tácticas espurias para perturbar las negociaciones. Entretanto, el Vaticano fue derrotado una vez más en lo que se refiere al género, los documentos finales incluyeron ampliamente el término. Estoy convencida de que este nuevo fracaso político de la Santa Sede fue lo que alimentó la inversión teológica contra el género que tomaría forma en los años posteriores. Sus ejemplos más significativos son el Léxico de términos ambiguos y debatidos sobre la vida familiar y la ética (2003) y la Carta de los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo (2004).
Para finalizar esta breve síntesis, hay que subrayar la posición de América Latina desde entonces. La región se volvió no solamente un blanco principal del repudio al género, pero también un polo productor de ideología antigénero como el texto pionero de los obispos peruanos publicado en 1998, que anticipó el libro del colombiano Alejandro Ordóñez, hoy involucrado con el muy nuevo Global Center for Human Rights, y también las publicaciones de los argentinos Jorge Scala y Agustín Laje. Además, Agustín Laje se destaca al publicar un libro, escrito con el también argentino Nicolas Marques, que sedimentó la fórmula hoy ampliamente utilizada por la ultraderecha, en sus versiones religiosas y seculares, según la cual “el género es la nueva cara del marxismo”.
Para el debate del viernes, el sentido de compartir ese trecho de mi análisis de 2018 es el de:
- Responder parcialmente la pregunta: “De donde venimos?”. Al menos en lo que concierne a las dinámicas transnacionales y la legitimación de los conceptos de derechos sexuales y reproductivos.
- Describir y subrayar como ese lugar de origen el “género” concebido como el derecho al aborto y el concepto alargado y no binario estaban completamente imbricados. Y sobre eso no hubo cambios. De hecho, en cuanto blancos de las fuerzas de ultraderecha, que están cambiando el paisaje político regional y en gran medida mundial, están hoy más imbricados que en el pasado.
- Por muchas razones América Latina siempre estuvo en el ojo de esos huracanes.
i Excerta sin notas y sin bibliografía del texto publicado en portugués en 2018 lo cual puede ser accedido en
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Referencias
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