Sexuality Policy Watch [ES]

Intervención de Sonia Corrêa en el diálogo “Movimiento antigénero en educación superior”

En el contexto del 8M, Sonia Correa fue invitada al diálogo “Movimiento antigénero en educación superior”, en la U. de Chile, el 9 de marzo de 2022. El debate fue moderado por la directora de Extensión Vexcom, Svenska Arensburg y también participó la filósofa y teórica feminista estadounidense Judith Butler.

Abajo, presentamos una versión actualizada de la intervención de Sonia en el Seminário.

El texto mencionado por Sonia está disponible en este enlace.

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No tengo palabras para agradecer la invitación de la Universidad de Chile para estar con ustedes hoy. Es un honor y un placer compartir ese panel con la profesora Judith Butler en un evento que celebra mareas feministas en tiempos sombríos. Es también un gusto enorme estar en Chile, aunque virtualmente, pocos días antes de la toma de posesión de Gabriel Boric y de su gabinete feminista y sexo diverso. Esa fue más una elección ardua pero que abrió ventanas para un tiempo más respirable en América Latina. En un registro más personal, también es una alegría porque el Chile que traigo adentro es un pasaje memorable de mi formación intelectual y política.

Como esa es una conversación sobre los ataques a la producción académica y el rol de la universidad pública, es importante aclarar, de antemano, que no soy académica de oficio aún cuando, desde mucho, transite en espacios académicos. Acepté la invitación porque las cruzadas contra la producción académica en género están en el cierne las políticas antigénero que investigamos. También porque el año pasado participé de un coloquio organizado por Caroline Ibos y Eric Fassin sobre anti-intelectualismo de la ultraderecha donde se han generado algunas de las ideas que traigo a la discusión.

Sin embargo, mi posición anfibia, me dejó inconfortable de hablar por las y los docentes que  enfrentan más directamente los embates antigénero desde adentro de la academia brasileña. Por esa razón invité un pequeño grupo de académiques amigues para responder a las preguntas que me han sido propuestas. Sus reflexiones componen el último bloque de mi intervención. Y agradezco mucho la generosidad de Carla Rodrigues, Andrea Moraes, Rodrigo Borba,  Horácio Sívori y Richard Parker por ayudar me as responderlas.

Las organizadoras nos han pedido también para hablar brevemente sobre la guerra de Ucrania.  Pienso que es un riesgo hablar telegráficamente sobre un conflicto cuyos orígenes son de curso largo, en el cual las responsabilidades de los poderes involucrados están muy enmarañadas y cuyos desdoblamientos son hoy imprevisibles. Pero voy a correrlo. Aún cuando evoque espectros muy antiguos, esa es una guerra de los tiempos presentes. De la desdemocratización producida por el neoliberalismo, de las tensiones vinculadas al declive de la hegemonía norteamericana y emergencia concomitante de la multipolaridad conflictiva. Ese es un conflicto que irrumpió en un mundo más precario, mucho más desigual e aún menos democrático por efectos de la pandemia. No podemos obliterar esa complejidad ni tampoco el rol EUA, Europa y Otan en la gestación de largo plazo de esa nueva crisis. Pero tampoco debemos perder la brújula: esa es una guerra de agresión contra un país soberano y esa agresión debe ser repudiada, como lo ha hecho, con firmeza, Gabriel Boric. Repudiar la invasión no implica tampoco perder de vista los sesgos “coloniales” que están en todos lados del conflicto. Ellos se ven claramente en la insistencia de los medios hegemónicos en subrayar que Ucrania no “es un estado fallido del tercer mundo”. Sobretodo, se materializan en la apertura “humanitaria” y inmediata de fronteras a los refugiados ucranianos  que contrasta, de manera indignante, con la segregación racista y xenófoba que aflige los “otros” refugiados“. Esos sesgos esos también evidentes en las “justificativas” presentadas por Putin para la invasión,como apuntan lecturas críticas hechas desde Ucrania y de otros contextos “pos soviéticos”. Además,  hay que subrayar, y con insistencia, que mientras las acciones de las empresas norteamericanas de armamento se han valorizado el 20% desde la semana pasada, quienes pagan, sufren, mueren son las personas y grupos sujetos a mayor vulnerabilidad, condición siempre cruzada por clase, raza, género, sexualidad, edad,  discapacidad.

Más que todo, como feministas, hay que iluminar críticamente el lugar del género en las narrativas y condiciones de la guerra: los imágenes de soldadas de uñas pintadas y el vergonzoso video de Putin con azafatas mudas. Verificar y dar visibilidad a las denuncias de violación sexual que ya han surgido. No olvidar que Rusia y Ucrania son contextos reconocidamente homofóbicos y transfóbicos como lo ilustra la trágica situación, que me fue apuntada por la periodista Sara Vagner de  mujeres  trans ucranianas impedidas de salir del país por que legalmente siguen “siendo hombres”. Y, desde la perspectiva de nuestra conversación de hoy sobre todo no se debe olvidar que Putin, su mentor intelectual Alexander Dugin y su asociado religioso el patriarca de Moscú son ideólogos antigénero de portada. Son conocidos los vínculos de Putin con otras figuras nodales de campo antigénero europeo y, sobretodo, desde una perspectiva latinoamericana, no es banal que la persona que gobierna Brasil haya estado en Moscú, cuando ya rufaban los tambores de la guerra.

Hecha esa breve y riesgosa incursión vuelvo a Brasil. La elección de Bolsonaro, en 2018, fue resultado de factores muy complejos, pero sin duda fue también insuflada por un ciclón antigénero.Como bien analizó Eric Fassin, Brasil es hoy un laboratorio interseccional de fascismo, neoliberalismo y racismo, atravesado además por dinámicas de destrucción ambiental, violencia y, de nuevo, mucha pobreza. Y, un país donde la ideología antigénero se viene convirtiendo en política de estado, como también pasa en Hungría Polonia, Rusia y más cercanamente Guatemala y varios estados norteamericanos. La ofensiva donde eso se originó empezó en 2013, en el terreno de la educación fundamental (mientras las calles de Paris estaban tomadas por la Manif pour Tous y el ex presidente Rafael Correa hacia un famoso sermón antigénero) y, muy rápidamente, se prolongó hacia la producción académica en género. El muy lamentable ícono de ese giro fue el brutal ataque que sufrió Judith en San Pablo, en 2017.

Desde 2019, lo que tengo nombrado como la hidra antigénero se mueve en un ambiente donde muchos otros ataques se hacen contra instituciones de producción de conocimiento, en especial en ciencias sociales pero no exclusivamente. Han sido atacados, por ejemplo, estudios epidemiológicos, una pesquisa sobre quemadas en Amazonia y los recursos destinados al Censo Demográfico de 2020. Los presupuestos para las universidades públicas han sido drásticamente recortados y decanos han sido nombrados que hoy actúan como “interventores”. Esa ola culminó con el negacionismo neo-Darwinista de la respuesta estatal a la COVID-19 y los irrepetibles discursos de Bolsonaro contra vacunas. Pero, la hidra también nutre y es nutrida por una creciente atmosfera de persecución política. La ilustración más reciente fue la conversión del espanta pájaro “ideología de género” en un descriptor de violencia institucional contra la niñez y adolescencia. Esa “categoría de violación” fue inscrita en el sistema nacional de monitoreo de violaciones de derechos humanos y, hasta poco, podía ser denunciada en el hotline del Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, lo que accionaba, automáticamente,  una intervención policial. Al menos un profesor y una profesora de educación fundamental han sido sometidos a ese procedimientos arbitrarios. Evocando el libro clásico de Jacques Donzelot, la Policía de las Família, el gobierno Bolsonaro inventó la “policía del género”.

Todo eso compone el arsenal que movilizado por un modo de gobernar peculiar, definido por politólogo Marcos Nobre como el “caos como método”: una guerra permanente que mantiene las bases políticas en agitación y tensiona al limite las instituciones. Sus tropos e imágenes pululan en la performatividad de la escena política que es, como acertadamente escribió la periodista Eliane Brun, es un dispositivo que incita distracción, parálisis, afasia. Recuperando Gramsci, la política bolsonarista es visceralista lo que proyecta un imagen denso de anti-intelectualismo. Sin embargo, inspirada por mis amigues David Patternote y Mieke Verloo, pienso que ese proscenio oculta una política epistémica, no examinada o debatida. En el artículo que fue compartido con ustedes ofrezco más detalles sobre sus contornos. De manera muy breve, esa política comporta el vasto aparato de producción de conocimiento que sostiene la maquinaria algorítmica del gobierno y de sus bases, lo que Leticia Cesarino nombró como populismo digital. Pero también se nutre de fuentes, mas convencionales. La producción intelectual del Vaticano y de los think-tanks ultracatólicos, sobretodo vinculados al laberinto académico del Opus Dei. La producción desarrollada en universidades protestantes que es muy centrada en el campo jurídico.  No accidentalmente, el actual ministro de Educación, que semanalmente vocifera contra género,  fue decano de una de estas universidades y el nuevo juez nombrado por Bolsonaro para el Supremo Tribunal Federal se formó en esos mismos circuitos. Además, desde los años 2000, han proliferado en Brasil, think-tanks, editoriales y plataformas digitales que difunden autores conservadores muy antiguos, maestros clásicos del neoliberalismo, voces libertarias de derecha, escritos de la derecha gramsciana europea y la llamada vertiente “tradicionalista” en que se ubican Olavo de Carvalho, Steve Bannon y Alexander Dugin.

Esa muy breve cartografía sugiere que es problemático calificar la gama de fuerzas como un epítome del anti-intelectualismo. En el caso de Brasil, nuestra incapacidad para captar el alcance y el significado de esa política epistémica comprometió el diagnóstico y una respuesta más ágil a la dinámica que condujo al escenario catastrófico de hoy. Otro modo de mirar lo que pasa es una vez más nombrarlo como una disputa feroz en torno a proyectos y horizontes de sociedad y de mundo. Nuestra producción de conocimiento que nutre el imaginario de un mundo más igualitario y respirable en el cual la democracia de género y sexual tendrá un lugar es atacado ferozmente no por que sea falso, sesgado, o inútil, como reza la cantilena antigénero. Es un blanco prioritario porque está plasmando nuevos parámetros normativos, subjetividades, prácticas sociales y el mismo sentido comun. Para contenerlo, las formaciones antigénero movilizan visiones naturalistas o biologicistas de la diferencia sexual, las cuales sostienen un constructo de “família” patriarcal o androcéntrica, heterosexual y  procreativa,  que  “precede y tiene primacía sobre la sociedad y el estado”. Esa ideología antigénero y “profamilia” está, en general, acoplada a la racionalidad neoliberal. Una imbricación explicitada claramente por la Secretaria Nacional de la Família, de Brasil, al escribir hace poco que “invertir en la família desinfla el estado protector”.

Contra ese telón de fondo las y los docentes que consulté nos ofrecen reflexiones adicionales sobre las condiciones que han favorecido las guerras del género en las universidades públicas y sus efectos y nos dan pistas sobre respuestas posibles. Carla y Andrea, por ejemplo, subrayan como factores que han facilitado las ofensivas la “ignorancia” y la falta de legitimidad que aún persisten en  relación a los estudios de género. Según Andrea los estudios género son populares pero no son respectados. Carla adiciona que las universidades no están suficientemente abiertas a la sociedad y carecen de una  perspectiva crítica más densa, lo que abre espacio para adhesiones al sentido comun. Rodrigo también enfatiza la falta de apertura de las universidades pero en otro sentido. Desde su mirada, cuando el repudio al género comenzó a arraigarse, en lo años 2010, la respuesta fue inadecuada. La estructura universitaria descalificó esos primeros conflictos como meros disturbios causados por “fundamentalistas”. No se abrió al diálogo como debería haber acontecido.

Sin embargo, las personas oídas tienen amplio acuerdo de que los efectos de la guerra al género son nefastos. Para Carla ellos son, sobre todo, trágicos para mujeres, personas racializadas, personas trans o no binarias, que ya están o van llegar a la academia, las cuales, según ella, son hoy la fuerza transformadora de las universidades. Para Andrea las ofensivas solapan el mandato de ampliación del pensamiento que nutre la libertad, la igualdad y la justicia social. Rodrigo lee el universo académico brasileño en triple bisagra: es un blanco de ataques feroces, un campo de batallas y, no menos importante, un locus de producción de conservadurismo. Tematizando el imagen del “campo de batallas”, Carla considera la judicialización de la defensa de la libertad de cátedra, que fue incitada por el campo antigénero, como el efecto más desastroso de las guerras al género. Apunta como otra respuesta posible la proposición Butleriana de luchar en el cotidiano académico, recusando el recurso fácil a la judicialización.

También hay consenso de que es vital estudiar mejor las ofensivas. Carla propone mayor inversión en pesquisa crítica sobre família y maternidad para comprender porque las posiciones sostenidas por las fuerzas antigénero sobre esos ámbitos de la vida callan tan hondo en una gran parcela de la población. Y, subraya la responsabilidad intelectual de recusar o sentido comun, firmando posiciones criticas más firmes frente a la sociedad. Horacio coincide que es insuficiente buscar respuestas en las normas constitucionales y de derechos humanos. Piensa que hay que avanzar el la investigación de la interseccionalidad de las formaciones antigénero de modo a discernir mejor por detrás de sus performances, pero también recomienda más inversión en para contener las y el fomento a la producción intelectual. Subraya además que, en Brasil, es crucial articular ese análisis con les académiques y activistas antirracistas pues esas son las mismas fuerzas que amenazan las políticas de acción afirmativa que, desde los años 2000, han pluralizado las universidades. Andrea a su vez insiste en esfuerzos redoblados para legitimar los estudios de género y propone que las universidades deben estar más y más y más abiertas a la sociedad. Rodrigo coincide: no es posible responder a la ofensiva sin romper con el habitus del intercambio privilegiado entre pares y lo que el nombra como “nuestra arrogancia”. Mirando el problema, desde un encuadre más institucional Richard observa que las universidades públicas brasileñas han, de algún modo, contenido positivamente la penetración de la lógica neoliberal. Pero como su autonomía financiera y política sigue limitada no han escapado a la “colonización’ desde arriba, inevitable en um giro político radical como lo que ocurrió en Brasil. O sea, el muy antiguo debate sobre las mediaciones el poder político y la política académica es de nuevo urgente. Espero que esas muy breves reflexiones hayan sido útiles y, sobretodo, que puedan, quizás inspirar un diálogo mas sostenido entre Chile y Brasil sobre esos desafíos.

Muchas gracias!



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